El paso de La Caída en las calles de Madrid
La jornada del 19 de agosto, para la hermandad de la Caída, comenzaba muy temprano en Madrid. De madrugada los cofrades trasladaban a su Cristo, desde la Colegiata de San Isidro, hasta el Paseo de Recoletos donde, al amanecer, lo colocaban en el lugar que le había sido asignado para su participación en el vía crucis de la Jornada Mundial de la Juventud que, horas más tarde, presidiría Su Santidad el Papa Benedicto XVI.
Casi a la misma hora de ese día, partían desde Úbeda, con dirección a Madrid, tres autobuses en los que viajaban los cofrades que querían estar presentes en tan singular y exclusivo acontecimiento, junto al Cristo de Benlliure.
Otros muchos lo hicieron por medios particulares, en esa misma jornada o en las precedentes. La llegada a la capital se producía en torno a las 12’00 horas y allí eran recibidos por el hermano mayor de la Caída, Juan Antonio Lindes, que mostraba en su rostro una peculiar y extraña expresión, mezcla de alegría y extenuación, a causa del enorme esfuerzo realizado en los días anteriores. También fueron recibidos por miembros de la Real Archicofradía de Nuestra Señora de Guadalupe de Madrid, encabezados por su hermano mayor.
Ubetenses tan reconocidos en el mundo cofrade como Curro Cayola, Paco Moro, Agustín Sevilla o Bartolomé J. Martínez se encargaban de facilitar la estancia de la expedición ubetense en la capital española. También lo hacía otro ubetense, José Carlos Sanjuán, jefe de protocolo de la JMJ, que se encargó de atender a la hermandad de la Caída y a sus invitados, mientras sus obligaciones se lo permitieron.
Tras la visita a los pasos que intervendrían en el vía crucis, llegaba la hora de reponer fuerzas para una jornada que todos auguraban dura en lo físico y muy emocional. Quienes estaban acreditados tuvieron que pasar el control de seguridad con dos horas y media de antelación al comienzo del acto y, con estoicismo ubedí, soportar los casi 40 grados de temperatura con los que el sol madrileño los quiso castigar.
La delegación ubetense estuvo encabezada por el hermano mayor y los directivos de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Caída y María Santísima de la Amargura, los presidentes de la Unión y de la Arciprestal de Cofradías, el arcipreste, así como por el alcalde y algunos concejales y concejalas del equipo gobernante en la ciudad.
Con puntualidad, en este caso vaticana, el Papa Benedicto XVI descendía desde la Plaza de Colón hasta la de la Cibeles, pasando por delante de cada uno de los 15 pasos de la Semana Santa española que configuraban el vía crucis, montado en su vehículo oficial, aunque a paso muy lento y a escasa distancia de la multitud que lo aclamaba. Desde el altar montado en Cibeles presidiría la celebración.
El solemnísimo vía crucis fue seguido con mucha atención por los fieles allí congregados. Sus textos habían sido magníficamente seleccionados, así como los cánticos y las músicas que sonaron de manera excepcional, interpretados por la orquesta y el coro de la JMJ. Jesús caía bajo el peso de la cruz en la sexta estación y la señal única de televisión trasladaba a todo el mundo y a millones de personas un primerísimo plano de Nuestro Padre Jesús de la Caída, del Caído de Úbeda, que representaba a las cofradías de la ciudad y a toda la Diócesis de Jaén.
De nuestras imágenes dijo Su Santidad que en ellas la fe y el arte se armonizan “para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión. La belleza se pone al servicio de la fe y es capaz de representar los misterios de nuestra salvación hasta conmovernos profundamente y transformar nuestro corazón, como sucedió a Santa Teresa de Jesús al contemplar una imagen de Cristo muy llagado”. El Papa, con estas palabras y con su presencia ante los pasos cofrades, volvió a respaldar la importancia de la tarea evangelizadora de las cofradías, a través de los fenómenos de la religiosidad popular.
A partir de ahí comenzaron los momentos de intensa emoción que ya no dejarían de sucederse hasta bien entrada la madrugada, a pesar de los 30 grados con los que “nos obsequió” la noche madrileña (pueden preguntar a los costaleros). Terminado el acto, en torno a las 21’00 horas, el Papa volvió a pasar ante todas las imágenes esta vez en sentido Plaza de Colón.
Seguramente a muchos les supo a poco pero los 84 años de Su Santidad y el calor canalla de la tarde madrileña no se prestaban a otra cosa. Los minutos de gloria de Úbeda y de sus hermandades, muy bien representadas por el nazareno de Benlliure, bien valieron la asistencia a un vía crucis que estuvo presidido por la participación y el recogimiento.
Una especie de Procesión General comenzaba entonces con todos los pasos allí presentes, a fin de trasladarlos a sus lugares de acogida. La procesión de Nuestro Padre Jesús de la Caída comenzaba aproximadamente a las 23’30 horas. El cortejo estaba formado por cruz de guía y varales de tulipas, por su clásica banda de tambores y timbales, a la que se sumaron muchos jóvenes integrantes de otras bandas cofrades de la ciudad, estandarte del Cristo y banderines, mujeres vestidas de mantilla, cuerpo de acólitos, con cuatro ciriales y pertiguero, trono del Cristo, representantes municipales, del clero y de muchas de las cofradías de la ciudad, entre ellas la de Nuestra Señora de Guadalupe, con su hermana mayor al frente, así como los presidentes de la Unión de Cofradías y de la Arciprestal.
A ambos lados del cortejo, vestidos de negro y con cirios morados encendidos, hombres y mujeres, miembros de nuestras hermandades, que no quisieron dejar pasar esta especial ocasión. Cerraba la procesión la Banda Sinfónica Ubetense, compuesta por músicos de Úbeda, Canena, Rus, Torreperogil y Jódar y dirigida, de forma magistral, por Cristóbal López Gándara. La campanilla de la hermandad, algo tan sencillo pero con tanto significado, nos trasladaba al tiempo y al lugar que conocimos de niños, pero dentro de un marco que ni siquiera nos parecía ajeno, porque la pasión y “la Pasión” son iguales en cualquier lugar.
En la noche del 19 de agosto quedaba obsoleto el dicho de que la Plaza de Cibeles sólo se aísla del tráfico cuando la hinchada madridista celebra alguno de sus títulos. Todo se paraba en ese lugar al paso de Nuestro Padre Jesús de la Caída y el silencio sólo quedaba roto por el triste y sobrio sonido de los tambores del Viernes Santo ubetense. Cerrar los ojos, para trasladarse a ese Viernes Santo y volver a abrirlos para comprobar cómo en la calle del Alcalá miles de personas aguardaban al Cristo caído de Úbeda, fue una experiencia imposible de explicar en unos folios.
La seguridad fue enorme. Todo el recorrido estuvo blindado por la policía. Las medidas de seguridad se extremaron llegando a la Puerta del Sol, donde momentos antes la policía había tenido que dispersar, con gran contundencia, una manifestación que quería boicotear la procesión y protestar por la presencia del Papa en España. Imposible entrar en la carrera oficial, si no acompañabas al Cristo de Benlliure. Todo estaba vallado y bien vallado, hasta límites en los que se hacía imposible el trabajo para la prensa. A pesar de todo hicieron un trabajo impecable, en unas condiciones bastante precarias, entre meteorología, aglomeraciones y medidas de seguridad.
La gente aplaudía a la banda y lo hacía, igualmente, al paso de un Cristo que no entiende de “levantás” ni de “chicotás”. “Ésta no es la Semana Santa que conocemos”, nos decían al pasar, “pero resulta original, sobria y solemne… algo distinto, pero muy elegante”.
Todo fueron parabienes y piropos y quienes formaban parte de la procesión, henchidos e hinchados, orgullosos. Fueron momentos de muchas confidencias y de una emoción que nadie quiso contener.
Las marchas cofrades, más majestuosas si cabe al sonar por las calles de Madrid, arrancaron los aplausos de esas miles de personas que pacientemente aguardaban el paso del cortejo. Se nos preguntaba que de dónde veníamos y muchos sacaban pecho al mostrarles una procesión que se sale de las franquicias y de los patrones tipo. “Somos de Úbeda y allí tenemos unas procesiones muy variadas”, repetían los cofrades del madrileño guión, sintiéndose orgullosos de todas y cada una de nuestras hermandades.
En torno a las tres de la madrugada la procesión se encerraba en la Colegiata de San isidro, bajo los sones de la marcha “Agrupación de Cofradías”, de Herrera Moya. Al subir a los autobuses todos tuvieron la sensación de haber representado a Úbeda con absoluta dignidad, incluso con altivez. El sobresaliente era “cum laude” gracias al trabajo y a la salud de unos hombres y de unas mujeres comprometidos con su religión hasta los tuétanos, pero también comprometidos y orgullosos de sus raíces, de “lo suyo”.
Fuente: cruzdeguia