XXVIII Pregón de la Hiniesta publicado en su Memoria 2008-2009
Real e Ilustre Hermandad Sacramental de la Inmaculada Concepción y Primitiva,
Franciscana y Cisterciense Cofradía de nazarenos de la Piedad de Nuestra Señora,
Santísimo Cristo de la Buena Muerte, Santa María Magdalena y María Santísima de la
Hiniesta Dolorosa y Gloriosa Coronada: Hermano Mayor, Junta de Gobierno, Rvdo. Don Juan Manuel Cazorla Baena, párroco de San Julián y Director Espiritual de la hermandad, hermanos y hermanas de la Hiniesta, fieles y amigos, que hoy nos congregamos aquí para, un año más, cumplir con el rito devoto del vigésimo octavo pregón de la hermandad.
Deseo en primer lugar expresar mi gratitud por este honor que me habéis regalado de poder pronunciar aquí, en este domingo de Cuaresma, uno de los pregones
con larga trayectoria y prestigio en la Semana Santa de Sevilla. Lo es por la historia que subyace en la advocación de nuestra titular, Santa María de la Hiniesta, estrechamente vinculada a la Sevilla histórica del medievo cristiano. Pero también es de justicia recordar la calidad y relevancia de las personas que me han precedido en años anteriores.
Sería muy prolija la enumeración de todos sus nombres, pero en algunos de ellos quiero reflejar mi admiración y afecto a todos en general: desde el pregón del Padre Cué – en mayo de 1974, con motivo de la Coronación canónica de la Hiniesta
Gloriosa? pasando por los de Francisco Jiménez Pérez en 1979, el de mi amigo Juan Salas Tornero, el de mi hermano Mayor de la hermandad de Pasión , Javier Criado, el de Aurora Atoche amiga y mujer comprometida con las causas sociales, el de Mauricio Domínguez Domínguez?Adame (profundo estudioso y gran conocedor de fuentes documentales y bibliográficas sobre la relación de Santa María de la Hiniesta y Sevilla) y finalmente el de Francisco Javier Segura Márquez, pregonero del año pasado, que ha tenido la generosidad y elegancia de presentarme desde la fraternidad y el cariño.
No puedo por menos que dar las gracias a nuestro Hermano Mayor, Francisco
Granados, y al Director Espiritual Don Juan Manuel Cazorla, por toda la información y
ayuda que me han prestado en el proceso de elaboración de este pregón.
Finalmente, también quiero expresar mi enhorabuena a todos los hermanos y hermanas de la Hiniesta porque un hermano de esta cofradía, Adolfo Arenas Castillo, ostente la Presidencia del Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla.
Ahora, procede pedirle a Santa María de la Hiniesta su bendición para que mi pregón, escrito en tardes de retazos invernales y en madrugadas silenciosas de soledad y recogimiento, sea un anuncio sentido y una anticipación emocionada de ese Domingo de Ramos, ya tan cercano, que marca el comienzo de la Semana Santa de Sevilla.
Ese día tan esperado por cofrades, vecinos y visitantes que, en San Julián se viste de azul y blanco, como el cielo de Sevilla. Es el domingo del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y de santa María de la Hiniesta que hacen su estación de penitencia a la Catedral, recorriendo calles y plazas de la Sevilla de intramuros, de monasterios insignes, como San Clemente y Santa Paula, de conventos tan entrañables como el de san Cayetano –tan vinculado a esta hermandad? y que sueña, en la distancia del tiempo, con la admirada y perdida Puerta de Córdoba.
Es la cofradía del milagro de ese gran imaginero que fue Castillo Lastrucci, que
hoy descansa en San Julián, junto a las imágenes que sus manos de artista amoroso devolvieran a la mirada y memoria de la Sevilla que tanto les había añorado. Así, Santa María de la Hiniesta, haz que mi pregón sea algo más que una exaltación de lo que todos conocemos y esperamos; conviértelo en una plegaria encendida de amor a una Virgen que, además de Dolorosa en días de penitencia, nos acerca a Jesús Sacramentado como Gloriosa, en ese jueves de espigas de trigo y racimos de uva, jueves del Corpus en Sevilla, plaza de San Francisco. La dualidad singular que hace de la Santísima Virgen de la Hiniesta, Madre de Dolor y Gloria, una advocación singular de la Semana Santa Sevillana.
Así, cuando el Domingo de Ramos se abran un año más, las puertas de San
Julián, detrás de la Cruz de Guía comenzará el discurrir de nazarenos blancos del paso del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Santa María Magdalena. Jesús muerto, con la cabeza inclinada, sobre una anatomía de torso, marcado por el terrible dolor de muerte por crucifixión.
Después de tres años de vida entregada a predicar el Reino de los Cielos, vivida entre los humildes, sanando cuerpos y almas, incomprendido por los intransigentes de la vieja ley, Jesús expira, después de invocar al Padre. Nadie queda impasible ante una escena tan triste y, al mismo tiempo tan dulce. Cristo no está sólo; su voz ha enmudecido, pero no su mensaje. Sale de San Julián para que le contemplen
los que creen, los que dudan y los que no creen, porque El no excluye a nadie. Hay
quienes admiran la estética de la escena, y quienes sienten en su interior un algo que no aciertan a definir, pero que es todo menos indiferencia. Y también hay los que, como escribe Benedicto XVI en su encíclica “Salvados en la esperanza” (2007) le hablan desde su corazón, con los labios cerrados y la mirada fija en el Cristo muerto que camina:
“Cuando ya no nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo
hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay
nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa
que supera la capacidad humana de esperar? El puede ayudarme…el que reza nunca está totalmente solo”.
El paso de caoba con adornos de plata cincelados por Cayetano González, ?también autor del paso de mi amado y venerado Jesús de Pasión? parece deslizarse, como si no pisaran sus costaleros el suelo de calles llenas de esa otra cofradía de las
bullas que somos los que contemplamos la Semana Santa desde aceras y portales.
Cristo de la Buena Muerte,
Cuando este año recorras las calles,
Desde tu Cruz, donde guardas secretos
De ingratitudes y desaires,
De negaciones y olvidos,
De maldad y falsedades,
Señor, danos el don de la gracia
Para seguirte y amarte,
Para seguir el camino
Que con tu vida enseñaste.
Danos amor para darnos
Valor para no negarte,
Que nos conmueva por dentro
El dolor de quienes saben
Que por sí solos no pueden
Salir de sus propios males,
Que no juzguemos, señor,
Desde la crítica fácil,
Sino con la caridad
De verdaderos cofrades.
Señor, alivia dolores
De tantas enfermedades,
Que son de cuerpo y del alma,
Y que sólo tú las sabes.
Que no digamos, “no puedo,
No sé, déjalo para más tarde,
Cuando nos pidan ayuda,
Cuando la salud les falte,
Cuando escasee la comida,
Cuando empleo no se halle,
Señor, en todas las ocasiones,
De tantas necesidades,
Que seamos costaleros,
De personas vulnerables.
Y Señor, cuando la muerte
Nos llegue, sea más temprano o tarde,
Que tu rostro sea la luz
Y el alivio de ese trance,
Cristo de la Buena Muerte,
Recuerda a los que llamaste
De este mundo a tu presencia,
Haz que sus almas descansen,
Contigo en el paraíso,
Y que desde allí no falten,
Cada Domingo de Ramos,
Sobre las tres de la tarde,
A la cita en San Julián,
Cuando las puertas se abren,
Desde el cielo de los santos,
Ya sin aceras ni calles,
Ver salir la Cruz de Guía,
La Hiniesta ya está en la calle.
La Magdalena mira a Jesús, ha estado con Maria de Cleofás, Maria Salomé, San
Juan y la Virgen, al pie de la Cruz. El color del cielo va cambiando, si tenemos la suerte de que luzca el sol. Desde el Pumarejo a Relator. Feria, Alameda romana de Hércules y César, Trajano, Plaza del Duque….Ya estamos en la Campana. El azul intenso de la recién estrenada primavera sevillana se va oscureciendo lentamente, cambia la contemplación de los pasos, la percepción de las imágenes…El olor de incienso, y el azahar de los naranjos, que sobreviven, le dan a la semana grande sevillana una identidad irrepetible. Sevilla se convierte en un templo con el techo abierto, etéreo, de un azul que se resiste a convertirse en oscuridad desvaída en esos atardeceres, cuando empieza esa brisa húmeda de los coletazos de un invierno que se ha ido.
La figura de la Magdalena, en soledad con Jesús en el paso, es impresionante,
porque asistimos al diálogo entre la muerte y la vida y entre la vida y la muerte.
Delante de Cristo abre sus brazos, una mujer rescatada por Cristo, desde el amor, que no desde el castigo. Ella es el símbolo de la fidelidad, con todo su bagaje vital, que la misericordia de Dios ha transformado. Ella es la personificación de la conversión, sin camino de Damasco, como San Pablo, sin haber sido testigo de la transfiguración en el Monte Tabor, como Juan Santiago y Pedro. A ella le bastó escuchar a Jesús, y le siguió porque era ajeno a los prejuicios de la intolerancia de los que hablaban en nombre de la ley, una ley que era ajena a la buena nueva del amor al prójimo. María Magdalena nos invita al abandono en la Providencia, nos llama a la esperanza para todos los que pecamos un día sí y el otro también. Porque somos hijos de Dios, más allá de colores y fronteras, por encima de vacilaciones y caídas.
Ella es la prueba evidente de que el perdón va unido al amor, de que la justicia divina es distinta de la de los hombres, porque la justicia de Dios está asentada en la misericordia que sigue al arrepentimiento. Y la de los hombres…..es tan inestable y arbitraria a veces. Todos los humanos, en esta vida, sólo somos tiempo, y ella nos invita a poner en el centro de ese tiempo, que es nuestra existencia, a Jesús vivo y eterno.
La Magdalena ejemplifica a la perfección que el paso de los días no puede contaminar la fidelidad, porque las épocas cambian modos y usos, pero el mensaje y la doctrina de Cristo se asientan en valores para cualquier año o siglo. Ella arriesgó su vida, por estar con Cristo al pie de la Cruz, y nosotros no podemos ir contra la Ley de Dios por quedar bien con el siglo en el que nos ha tocado vivir.
Como la Magdalena hemos de seguir a Cristo, sin vacilaciones, implorando su ayuda para no incurrir en la contradicción de llamarnos seguidores de Jesús, pero sólo para adentro, como si pudiéramos dividirnos en dos personas distintas : la que cree en Dios y la que sigue las pautas de conducta de su tiempo.
Magdalena, tú qué lloras
Fiel junto al pie de la Cruz
Mirando a Jesús ya muerto,
Enséñanos a seguirle,
A imitarle en este tiempo,
Donde prima la opinión
De lo políticamente correcto,
Que aprendamos de tu vida,
A ser cristianos verdaderos,
Que seamos tolerantes,
Que no temamos al miedo,
Que no vivamos esclavos
De la prisa y el desasosiego,
De aquellos que solo buscan
El prestigio del dinero,
O la falsa idolatría de un poder
Que no es eterno, que se afanan
Por tener más que por ser,
La apariencia como espejo,
De vidas autocomplacientes
Que no superan lo efímero,
De vidas en soledad,
Aisladas del sufrimiento de los que son invisibles,
Prostitutas, extranjeros, excluidos de la vida,
Personas sin un empleo,
Presos de cárceles sin paredes,
Discapacitados, enfermos,
Menores desamparados,
Y también aquellas personas
Que van envejeciendo aisladas,
Por un olvido del tiempo
De cuando tenían memoria.
Así, y mucho mas,
Todo eso tenemos que meditarlo,
Porque la Semana Santa es eso,
Volver a vivir con Cristo
Sus enseñanzas y ejemplo,
Una nueva conversión,
Volver a caer de nuevo,
Y, cuando pase este día,
Aunque ya no pueda verlo,
Que todo el resto del año,
Recordemos el modelo,
De una mujer que fue libre,
Viviendo en su propio tiempo,
Por seguir a ese hombre Dios,
Que fue Jesús Nazareno.
Y la gente se arremolina, empiezan las bullas, todos quieren ver salir el palio de
la Virgen de la Hiniesta dolorosa. Rostro bellísimo, con la tristeza contenida de unas
lágrimas que resbalan suavemente de sus ojos. Ella es la Señora de san Julián, la que ve hábitos de monjas que la quieren y la hacen suya. Hermanitas de Sor Ángela, Hijas de la Caridad, y entre ellas la hermana Bibiana Gastón, que tanto sabe de la Virgen: ante ella pronunció sus primeros votos, y no olvida aquel Domingo de Ramos en que tocó el martillo en la Calle Sierpes. Ella es un ejemplo de entrega generosa.
La conocí el año 1998 cuando se le entregó la Cruz de Plata de la Orden Civil de la Solidaridad. Con ella estaban ese día muchos hermanos y hermanas de la Hiniesta que nos presentaba con el orgullo de quien se siente hija de la Santísima Virgen, señora de San Julián. Por eso estoy convencida de que para ella el mejor galardón fue la medalla de Honor de la hermandad de la Hiniesta que recibió en el año 2006. Así es una Hermandad con tradición de caridad cristiana, que es una dimensión más allá de la justicia, porque se hace desde el amor y la conciencia, y no sólo desde la obligación y la justicia.
Santa María de la Hiniesta, ya ha salido de San Julián; parece como si los cuerpos pudieran estrecharse para estar más cerca de ella. La emoción es incontenible,
se llena la plaza y en los balcones y ventanas hay rostros que miran a la Virgen, como si fuera la primera vez. Cada año, es la misma salida, pero algo ha cambiado en los ojos de quienes la miran. Es la Dolorosa que llena la tarde noche del Domingo de Ramos. El palio de azul y plata protege a la Madre de Cristo, que va a la catedral. Sin prisas, en esos primeros momentos de una salida que siempre nos parece irrepetible. Con que cariño y dulzura la mecen sus costaleros. Ellos que pagan el alto precio de no verla por el honor de llevarla. El paso de palio, visto a pie de calle, es una experiencia inolvidable.
Parece que la Virgen sale a tu encuentro, si tienes la suerte de resistir hasta lo
imposible, con tal de verla de cerca. Es una Dolorosa, que ha vencido en todos los
avatares del tiempo, y que lleva su pregón de dolor en el rostro. Dolor de puñal de siete picos, como los siete dolores que sufrió y que la tradición recoge y transmite, desde que pronunciara la palabra “fiat voluntas tua”.
Hágase tu voluntad.
El dolor aparece pronto en lo que Juan Pablo II llamó el itinerario de fe de la Virgen María. En su Encíclica Redemptoris Mater (16b) el Papa comenta la llegada de
María al templo parapresentar a su Hijo, como establecía la ley. Siguiendo las
instrucciones de Gabriel en la Anunciación, el niño recibió el nombre de Jesús, que
quiere decir Salvador. El primer dolor de María brota al oír las palabras de Simeón que le dice “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel y para ser señal de contradicción….a fin de que queden descubiertos muchos corazones”. Y dirigiéndose a María añade: “Y a ti misma una espada te atravesará el alma”…”Cristo cumplirá su misión en la incomprensión y el dolor”. Poco después, otro profundo dolor sacude a María, cuando Herodes, celoso por el mensaje de los Magos que dicen ir a llevar presentes al Mesías, ordena la matanza de los inocentes, y María y José deben huir a Egipto.
También la Sagrada familia fue emigrante, y no volvió a Nazaret hasta la muerte de Herodes. En tan pocos años de la vida de su Hijo, la Virgen ya había experimentado el dolor de la persecución y la profecía honda y amarga, pero salvífica de Simeón.
Nunca mejor advocación para una Dolorosa, que Virgen de la Hiniesta, por la
amargura de este arbusto, de flores amarillas, pero de sabor tremendamente amargo, como todos los dolores de la Virgen. El tercer dolor de María fue en Jerusalén cuando Jesús se quedó en el templo, entre los doctores de la ley, que miraban a aquel adolescente con una mezcla de sorpresa y de disgusto, tal era la sabiduría y la nueva era que se abría con su palabra. Pero María estuvo tres días sin saber de su hijo. Hasta que le encontró, como si Jesús estuviera preparándose para la vida que habría de retomar a los treinta años.
Con la vida pública de Jesús, comienzan las aflicciones de una madre, que
antepone su fidelidad a Dios, a su tranquilidad como ser humano. Ahora ya los dolores vendrán muy seguidos. María Dolorosa sigue a su hijo por la empinada calle de le Amargura, hasta el Calvario. Está junto a él clavado en la Cruz, hasta que expira, y luego lo toma en sus brazos, antes de depositarlo en el sepulcro. Todos esos dolores amargos como la genista, lleva Santa María de la Hiniesta en su estación de penitencia hacia la catedral de Sevilla. Y esos siete dolores estarán representados en el ese puñal que las hermanas del ropero de Santa María de la Hiniesta quieren regalarle. Todo el mundo está invitado a participar, aportando alhajas o piezas que puedan ser fundidas para algo tan simbólico como recordarnos esos dolores de María, porque a veces simplificamos su vida de amor y entrega y reducimos su sufrimiento como Madre al Gólgota.
Podría ser una casualidad, aunque yo creo más en la acción de la Providencia,
porque siempre que veo a la Virgen de la Hiniesta, generalmente cerca de la Plaza del Pan, a su vuelta, siempre recuerdo los dolores de María, mas que con ninguna otra dolorosa, y eso que a mi me apasionan todas. Pero Santa María de la Hiniesta Dolorosa lleva la Pasión de Cristo en su nombre.
Ya está ahí. Se presiente. Se acerca Domingo de Ramos. Para los hermanos y hermanas sabrá a poco, porque el cansancio se pasa antes que la nostalgia de volver a acompañarla, a meditar con ella, a pedirle esas cosas que salen de los corazones de sus hijos e hijas de Sevilla. En medio de su dolor escucha a
esos hijos que Jesús les confió al pie de la cruz.
Y a Ella le gusta cuidar de los niños y las niñas y de los jóvenes que hacen de la
cofradía un instrumento de seguir a Cristo, de aprender a ser y a ejercer de cristianos.
Ahí está la semilla de la nueva evangelización: Ella siempre estará con nosotros. Y así, me hago eco de vuestros sentimientos y, en nombre de todos le digo:
Porque sólo soy tiempo
Quiero llevarte en mi alma,
Que es lo único que tengo que no muere con esta vida.
Por encima de las estaciones y los años,
Mas allá de la vida y de la muerte,
Hoy y ya para siempre,
Santísima Virgen de la Hiniesta
Quédate siempre con nosotros,
Que, en los momentos de angustia,
Nos consuele la dulzura de tu rostro dolorido,
Que tu misericordia alivie nuestros días de retama (que así
también se llama la flor de la hiniesta amarga),
Que tu amor impregne nuestro corazón de buenos deseos,
Que sintamos tu cercanía en horas de desconcierto,
Que no nos acomodemos al rito, descuidando la fe,
Que es la fuente del perdón y del amor,
Que no veamos colores, sino causas,
Que no hagamos de la verdad un puñal contra el hermano,
Que hagamos de la misericordia un antídoto contra la ira,
Que veamos tu rostro al final de nuestros días
Que vivamos como si siempre, siempre, fuera Domingos de Ramos
Para invocarte, en silencio y abriéndote el corazón con esa
sinceridad que sólo se consigue en la soledad de las conciencias.
Que tu morada, la parroquia de san Julián
Sea nuestro faro en los avatares de esos días aciagos
cuando no sepamos donde encaminar nuestros pasos,
Cuando no seamos capaces de encontrar respuestas
Cuando no encontremos puertas abiertas donde reposar un poco,
Cuando nos agobie la angustia de la propia existencia,
Cuando estemos en riesgo de olvidarnos de Cristo,
Cuando la caridad y el amor se debiliten en nuestros corazones,
Cuando confundamos causas con excusas
Santa María de la Hiniesta,
Nos ponemos bajo tu protección y amparo,
Para que podamos seguir las huellas de tu camino,
Para que evoquemos tu rostro cualquier día de la semana,
Porque, aún no has salido,
Y ya ves, Virgen Santísima de la Hiniesta
Ya nos sentimos como en un eterno Domingo de Ramos.
Que así sea y Ella nos bendiga.
Muchas gracias.
Amalia Gómez Gómez
Domingo 22 de marzo de 2009
Fuente: lapasion.org