Intervención del cardenal Amigo en Asamblea europea de Justicia y Paz
SEVILLA (18-09-09).- Hoy ha dado comienzo la Asamblea General de la Conferencia de Comisiones Justicia y Paz de Europa en la Casa Diocesana Betania, en San Juan de Aznalfarache (Sevilla). En la sesión de hoy ha intervenido el cardenal arzobispo, mons. Carlos Amigo Vallejo, que ha presentado la necesidad de unir solidaridad y justicia, por cuanto «la solidaridad no puede tener otro asiento que no sea la justicia». Reproducimos a continuación el texto íntegro de la intervencion del cardenal Amigo en esta primera sesión de trabajo de la Asamblea europea de Justicia y Paz.
¿Cuáles son las fronteras de la solidaridad en Europa? La Conferencia de Comisiones Justicia y Paz de Europa, ha querido llegar hasta la ciudad de Sevilla para reflexionar sobre un tema de tanta importancia y actualidad.
Se dice que América es el continente de la esperanza. Asia, con el despertar emprendedor de enormes y populosos países. África, con la permanente inquietud entre los que emigran y los que luchan por abrirse camino a través de increíbles rivalidades étnicas. Oceanía, balanceándose entre el bienestar y la pobreza. Y Europa, que presume de civilización y ofrece más interrogantes e inquietudes que seguridad y esperanza.
Los ciudadanos europeos damos la impresión de estar más amontonadas que unidos; más organizados que hermanados; con mayor empeño en la cohesión que en procurar un verdadero sentido de comunidad que vive unos valores comunes; más asistencialistas que solidarios… Puede ser que más globalizados, pero menos hermanos.
Tendremos que saber establecer y guardar una equilibrada jerarquía de valores. Ni vale todo, ni todo tiene el mismo valor. En el altruismo hay reconocimiento de unos valores y una inclinación a participar y ayudar. Pero el camino que resta por andar es mucho más largo y con más altos horizontes.
Habrá que dejar bien asentado el fundamento de la justicia. Pues, de lo contrario, las mejores intenciones y proyectos quedarían sin consistencia, se olvidarían los derechos que asisten a las personas, el respeto a su dignidad y condición humana y la valoración de la propia cultura. Derecho a la vida, a la familia, al trabajo, a la participación, a la libertad. El reconocimiento de estos derechos es condición imprescindible para la justicia. Los derechos se reconocen, no se regalan ni se otorgan.
La justicia es reconocimiento de unos derechos incuestionables. Pero, incluso, más allá de esos mismo derechos reconocidos, hay unos valores más altos: la dignidad de la persona, sujeto de esos derechos. La solidaridad no puede tener otro asiento que no sea el de la justicia. La solidaridad es una actitud personal y permanente que lleva a considerar al hombre como hermano y a ver los bienes de este mundo como un patrimonio común que compartir.
Pero todavía queda camino por recorrer. Habrá que unir la justicia y a la solidaridad el amor fraterno y cristiano. Justicia y caridad se hermanan y ayudan. La caridad no quiere, en forma alguna, ocultar la obligación de la justicia, sino, por el contrario, dejar bien claro el reconocimiento del derecho que asiste a la persona.
Para nosotros, resultan inseparables la solidaridad y el amor fraterno. Si nos sentimos unidos a los demás, no es por una simple razón de pertenencia a una comunidad humana que debe cohabitar en el mismo mundo, sino por el imperativo del mandamiento nuevo del amor que ha de distinguir a los discípulos de Cristo.
La caridad de Dios no anula las exigencias de justicia sino que las hace más obligatorias. Pues la justicia se funda en el amor y tiende al amor. La caridad es la fuente más profunda de la justicia. Dios es el justo y el misericordioso. Lo posible es obligatorio.
«La caridad – escribe Benedicto XVI- va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo “mío” al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es “suyo”, lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo “dar” al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es “inseparable de la caridad”[1], intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad o, como dijo Pablo VI, su “medida mínima”, parte integrante de ese amor “con obras y según la verdad” (1 Jn 3,18), al que nos exhorta el apóstol Juan. Por un lado, la caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y los pueblos. Se ocupa de la construcción de la “ciudad del hombre” según el derecho y la justicia. Por otro, la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón[3]. La “ciudad del hombre” no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo» (Caritas in veritate 6).
Bienvenidos seáis a esta casa de la Iglesia de Sevilla. Una Ciudad que, pro su historia y sus convencimientos, siempre a querido ser mar universal, aunque tuviera que estar asentada en un río, que por algo se llama grande; que más ha sabido de abrir puentes que de cerrar caminos; que nunca quiso saber de fronteras y si, en cambio, de hospitalidad al que llega y de mano extendida al que está lejos. Seáis pues bienvenidos a Sevilla, queridos hermanos y amigos de la Conferencia de Comisiones Justicia y Paz de Europa, y que en vuestros trabajos se realice lo que tanto deseamos: que la justicia y la paz se abrazan gracias al camino de la solidaridad y del amor fraterno.
Fuente: lapasion.org