Una multitud despide a la Patrona

Los prolegómenos de la marcha de la Virgen de Guadalupe a su retiro del Gavellar comenzaron con la celebración de su clásica novena. En ella han sido protagonistas las distintas cofradías de nuestra ciudad que, aunque con diferentes advocaciones marianas, todas se funden bajo el manto de la Chiquitilla del Gavellar, que es realmente “la Virgen de Úbeda”.

La asistencia de fieles a esa novena ha sido más que notable, las homilías edificantes, el marco a estrenar y la coral ha vuelto a interpretar sus cánticos; pelillos a la mar… Nada que objetar a la organización y el desarrollo de tan ancestral rito si acaso, en palabras de algunos de los asistentes, “su larga duración” (uno entraba en el templo a las 20´00 horas y salía en torno a las 22’00), a la que habría que meterle un poco la tijera, en aras de ir recogiendo un mayor número de fieles y de evitar el trasiego de quienes se marchaban antes de concluir el acto. Nueve días, a una media de dos horas, convierten en algo bastante complejo el hecho de realizar la novena completa. No son cosas nuestras, está en la calle.

Terminada la novena la iglesia de Santa María se llenaba para acoger la Fiesta de la Patrona, el día 8 de septiembre. Se celebró con gran solemnidad y con la asistencia de cofradías, autoridades, clero y gran cantidad de devotos. Por la tarde tenía lugar la procesión a la que volvieron a asistir los mismos colectivos, además de romeras, mujeres de mantilla, cuerpo de acólitos, Agrupación Musical Ubetense, A. M. Nuestra Señora de Gracia y representantes de la hermandad patronal de Baeza, entre otros. Fueron muchísimos los ubetenses que quisieron añadir al calor de la veraniega noche de septiembre su propio calor, arropando masivamente a la Chiquitilla del Gavellar en casi todo su recorrido y muy especialmente a lo largo de Montiel, Corredera y Plaza de Andalucía.

La ciudad tenía ganas de honrar a su patrona y se echó en tromba a la calle en el día de su festividad. Hubo muchos horquilleros, (pero sobre todo horquilleras), bajo un antiguo trono que se construyó en una época en la que no se evaluaban las consecuencias del peso sobre los hombros de sus portadores. La procesión discurrió lenta, aunque radiante. Es probable que la Real Archicofradía tenga que estudiar este asunto, a fin de evitar el innecesario sufrimiento de quienes portan a la Virgen y de aligerar no sólo la carga, sino el discurrir del cortejo. También está en la calle aunque claro… existe aquello de “dame dinero y no me des consejos”.

El día 11 de septiembre la jornada comenzaba con la misa de las 6’30 horas. En contra de lo que sucedía en años anteriores, en la iglesia de San Pablo, la de Santa María se encontraba completamente llena de devotos, a muchos de los cuales, por su edad avanzada, les resultaba imposible el acompañar a la Chiquitilla al Santuario del Gavellar. No querían dejarla marchar sin verla una vez más y allí estuvieron, antes de que despuntase el alba, devotos, silenciosos y meditabundos, atendiendo a las amenas y sesudas reflexiones del arcipreste Damas sobre el perdón cristiano.

Terminada la misa fueron sumándose, por las calles de la ciudad, cientos de fieles, al paso de la Virgen camino del Molino de Lázaro. Allí la recibía, aunque sus palabras sonasen a despedida, Mª del Rosario Martínez Elvira que recordó que, con la marcha de la Virgen, un pedazo de los corazones de los ubetenses se trasladaba también al santuario y que, aún sin haberse marchado todavía, la ciudad ya la anhelaba. Rememoró la deseada tarde del pasado 8 de mayo, en la que la Virgen volvía a Santa María tras 28 años de cierre, y tuvo hermosas palabras para recordar al último párroco de Santa María y San Pablo, don José Araque Quesada, que se marchó sin avisar tras haberse comprometido hasta el extremo con la advocación de Guadalupe y con la reconstrucción del templo. Tampoco quiso dejar pasar la participación de los cofrades ubetenses en la Jornada Mundial de la Juventud, representados por la hermandad de la Caída, que supuso un acontecimiento histórico, “una experiencia fuerte de fe, que coloca a Jesús en el centro de nuestras vidas”.

Al salir de la ciudad la Virgen entró en el cementerio de San Ginés, como bálsamo para quienes tuvimos que dejar allí a nuestros muertos. Se rezó y se meditó a la entrada del camposanto y se tuvo la oportunidad de gritar, al unísono, el nombre de nuestros difuntos. Fue psicológicamente muy profiláctico. Dirigidos por el arcipreste Juan Ignacio Damas, los devotos pidieron a la Virgen que les proporcionara la certeza de que esos difuntos gozan de la presencia de la Madre, al igual que un día nos ha de tocar el turno al resto.

Bajo un calor veraniego, la comitiva se dirigió a la aldea de Santa Eulalia donde, tras la misa oficiada en la plaza, comenzó el descenso entre olivares camino del Gavellar. Allí esperaban a María, posiblemente, varios miles de ubetenses devotos para aplaudirla, vitorearla, regalarle piropos y volver a jurarle amor eterno.

Dos aspectos han destacado en los actos y cultos en honor a Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de Úbeda, en este ciclo de 2011 que acaba de cerrarse. En primer lugar el protagonismo de la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares que, reabierta tras 28 años de obras, ha vuelto a formar parte íntima de quines rindieron culto a la Chiquitilla durante su juventud o su adolescencia. Muchos de estos devotos habían perdido toda esperanza de que algún día, lo que ellos recordaban con emoción, volviese a repetirse. Ese mismo templo se ha incorporado ya a la experiencia guadalupana de cientos de niños ubetenses, que recogerán el testigo que algún día les cederán sus mayores.

Por otro lado es digna de destacar la multitudinaria presencia de los ubetenses en todos los actos organizados en torno a la Madre del Gavellar. Se trata de un claramente perceptible aumento numérico que contrasta con la apatía y la desidia mostradas en años no tan lejanos. Muchas de estas personas, que acompañan de nuevo o por primera vez a María, son jóvenes y niños. Se dice que en épocas de grave crisis económica la gente desempolva esas viejas creencias religiosas que tenía arrinconadas. Son muchas las peticiones que hay que elevar al Cielo cuando la sociedad del bienestar quiebra, comentaban algunos de los que hacían el camino.

Lo cierto es que una buena junta directiva, clara, transparente, abierta al pueblo llano y a sus sugerencias, que suma, (en lugar de restar) y que trabaja por afianzar y acrecentar la devoción por la Señora de Guadalupe tiene que, poco a poco, ir recogiendo los frutos de su esfuerzo. Nosotros nos quedamos, mejor, con esta segunda teoría.

En torno a las 12’30 horas la Virgen entraba en su morada invernal. Allí se ha quedado una talla, una imagen, pero la iluminada aureola de la fachada de Santa María nos recordará que la Virgen no se ha marchado, sino que se queda en el interior de nuestros corazones. A fin de cuentas eso es lo verdaderamente importante.

Fuente: cruzdeguia

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